El efecto polilla en la ventana

“El sentido de cambio inherente al ser humano”

El día de ayer noté una pequeña polilla que revoloteaba desesperadamente frente a la ventana. Sus movimientos eran erráticos, impulsados por un deseo evidente: cruzar al otro lado. Aquella imagen me hizo reflexionar sobre la naturaleza de nuestras propias inquietudes como seres humanos.

La polilla estaba en un lugar donde, en teoría, no corría peligro. Un cuarto cerrado, con estabilidad, sin depredadores que la acecharan. Desde una perspectiva externa, podría decirse que estaba “segura”. Sin embargo, su instinto la empujaba a buscar más allá, a alcanzar ese mundo desconocido que percibía tras el cristal.

Este pequeño insecto se convierte en una metáfora de nuestra propia naturaleza. ¿Cuántas veces hemos sentido la necesidad de salir de un lugar en el que, objetivamente, estamos bien? ¿Cuántas veces nos hemos visto frente a una ventana invisible, deseando algo más, sin siquiera saber exactamente qué?

La polilla no sabe con certeza qué hay afuera. No sabe si, al atravesar la barrera, encontrará un mundo más amplio o una amenaza inmediata. No sabe si será libre o si caerá en un destino incierto. Pero hay algo que la impulsa: la inquietud, la curiosidad, la necesidad de cambio.

Así también somos nosotros. Muchas veces nos encontramos en situaciones de comodidad, de estabilidad, pero sentimos la urgencia de movernos, de explorar, de ir más allá. No porque lo que tenemos sea malo, sino porque nuestra esencia nos empuja a lo desconocido, a la posibilidad de algo diferente.

El efecto polilla en la ventana es esa chispa de inconformidad que nos mueve. A veces, nos lleva a grandes descubrimientos; otras, nos enfrenta a obstáculos que no esperábamos. Pero siempre, de una forma u otra, nos recuerda que estamos vivos y que, como aquella polilla, seguimos buscando nuestro propio camino más allá del cristal.